"Inicio de primavera y/o fin de invierno"

Es hasta el día de hoy que no entiendo (exactamente) lo que sucedió.
Era otra jornada como cualquiera. Caminé a su casa atravesando la misma plaza de siempre, el mismo callejón y por último surcando las baldosas rotas de su propia vereda. Abrió la puerta de su hogar y como ya era habitual, mientras sonreía, abría sus brazos, me miraba fijamente y esperaba el beso y el abrazo que a esa altura eran la típica estampa de bienvenida.
Corría el mes de septiembre y el clima nos sorprendía con mañanas de frazada o tardes de cerveza. No teníamos ningún inconveniente en amoldarnos a cualquier situación ya que el propósito real era tan sólo no estar solos (o bien estar juntos). Considero de escasa relevancia describir cada situación amorosa que compartíamos en esos tiempos aunque puedo sintetizarlas en someras palabras como risas, manos, labios, ojos, piernas, sudor, inmensidad, eternidad, locura.
Para ser preciso afirmo que era un 20 de septiembre, justo un día antes del inicio de la primavera (o del fin del invierno). Lo complicado de su sencillez nos obligaba a debatir constantemente sobre Freud, Descartes, Nietzsche y siempre se colaba un poco de mi Castaneda y Baudelaire.
Hasta aquí no he relatado nada fuera de lo común, nada que al lector pueda sorprender. Una pareja, una charla y un poco de amor. Simple. Pero ahora si, en efecto, trataré de describir lo que ocurrió y que hasta hoy no logro entender (exactamente) y que, una vez cada tantas noches, me impide conciliar el sueño.
Entonces, como bien narré, estábamos los dos juntos, debatiendo, riendo y permitiendo que el día y el tiempo nos acariciaran la punta de los pies. En un determinado momento, mientras sus manos buscaban un aliado, decidí visitar el baño (cosas de hombres) y allí es donde esta historia tiene su quiebre (o el mío, no lo sé). No recuerdo si primero me lavé las manos o me miré en el espejo pero cuando vi la imagen reflejada en el falso vidrio, su baño ya no era su baño y mi rostro ya no era el mismo.
Los azulejos color blanco con detalles en verde ahora eran azules y que decir de mi cara y sus novedosos detalles. Sus pliegues, sus zonas oscuras debajo de los ojos, su escasez de pelos, su deje de cansancio atemporal y su denotación de un aire nostálgico.
Automáticamente, aunque luego de examinar una vez más la situación, me abalancé sobre la puerta de su habitación que obviamente ya no era su habitación. Al entrar y para mi sorpresa ella aún estaba allí, esperándome con los brazos extendidos y una invitación abierta para provocar que acabase dormida. Otra vez juntos (o al menos no solos)
Efectivamente nos fundimos en el sueño pero al despertar al cabo de unas horas caí en la cuenta de que algo se me había escapado. No sé si fue por el apuro, el pánico o la necesidad de necesitar (o todas juntas) pero la cuestión era que ciegamente no había notado que su pelo largo y rubio ahora era oscuro y corto, que su torso delgado y de senos de mano ahora era más prominente. Sus ojos también eran distintos al igual que todo su cuerpo. En ese instante supuse que quizás su documento de identidad tampoco sería el mismo.
Aún no estoy seguro si esto sucedió el 20 de septiembre de aquel año o hace sólo unos días. Tampoco estoy seguro de quién está escribiendo esto ahora mismo, si el joven que nunca se animó y ahora predice su futuro o el viejo desanimado que se conformó y ahora escribe sus memorias.

25- 6- 2009 Madrid