Tarde de sábado

Podría salir corriendo y decir que estoy haciendo ejercicio. Podría ahogarme en la bañadera y fingir que estoy haciendo inmersión. Tal vez podría sentarme y aburrirme y simular que estoy meditando.

Miro atentamente el reloj clavado en la pared y pienso que el tiempo puede ser clasificado simplemente en bueno o malo (sin dejar de ser curvo y relativo). Miro la ventana y descubro que no está ni adentro ni afuera. Miro el techo y concluyo que siempre va a estar arriba, a menos que me suba a la terraza (ahí la cosa cambia).

Es sábado a la tarde, hay sol y un día como hoy podría abandonar la idea de ser feliz. Podría, pero no lo hago. No lo hago porque simplemente no quiero y por sobre todas las cosas porque justamente hoy es sábado a la tarde. (Para eso existen los domingos a la tardecita)


Bragado, 11-9-2010

2 x 1

Sonia


Sonia vivía dormida. Se despertaba solamente para poder volverse a dormir. Las sábanas auténticas guaridas, las almohadas legítimas contenciones salvaguardias. Sonia soñaba, y soñaba mucho. Soñaba que se enamoraba de un hombre soñador y se recostaba junto a él. Soñaba que recorría al mundo en una cama voladora. Soñaba que se tatuaba los atardeceres, y las montañas, y los mares, y todo. Sonia roncaba futuros y vidas mejores. Soñaba con la eternidad, con la inmortalidad. Sonia soñaba al extremo. Y fue por eso. Fue por soñar tanto que Sonia prefirió dormir.



Ramón


Ramón se ganaba la vida como viajante. Vendía repuestos automotrices por catálogo y además era soltero. Ya de chico le inquietaba la idea de moverse de un lugar a otro. Su rutina de mármol se basaba en subirse al coche, conducir hasta una localidad (ciudad o pueblo), bajarse del auto, entrar al negocio asignado, vender repuestos, salir del local y volverse a motorizar para emigrar a otro destino. Año a año había crecido en él la pasión por acondicionar y mejorar su automóvil. Basándose en que éste era su herramienta de laburo (y su carta de presentación) invertía horas y dinero en las nuevas cubiertas, las llantas, el motor, el estéreo, el polarizado, el espoiler, los dados. Ramón volcaba su sueldo entero en la nueva tecnología para coches. Sus conversaciones, sus ideas, sus proyectos, su mundo giraban en torno al mismo tema. Y fue por eso. Fue por pensar tanto pero tanto en autos que no vio pasar al tren.



8 Agosto del 2010 – Bahía Blanca

"Like Globe"

El desquite

en terreno ajeno,

o tus visitas

de madrugada.


“Te apuesto la nariz

a que mi camisa está inocente”

Te dije mirando el techo.


Por lógica te exasperás,

y en tu molde esperás.


No es por mis alas,

es el helio en mi cuerpo.

(el problema es

qué hacer con el viento)



15-4-2010 San Rafael, Mendoza, Argentina

El auto y los barquitos (y mi viejo)

Comúnmente llega al charco de la esquina el agua que viene costeando el cordón luego de haber descendido por la silueta enjabonada del auto de mi padre. Mientras el viejo se ensaña con desarrollar eficazmente su auto-limpieza- (terapia) yo me divierto haciendo barquitos de diario que surcan el agua vertida sobre la indiferente acera. Sábado tras sábado mismo ritual. Yo desplego barquitos en el agua que rebalsa de su auto. Ahora me pregunto, cuándo llegará el día en que mi viejo juegue con barquitos en el agua que desciende de un auto que yo mismo enjuago dedicadamente.


20-3-2010 Bahía Blanca, Argentina

Extravío barrial

No serían más de las dos de la mañana cuando había decidido salir a dar un paseo por el barrio. El efecto del café era mi fiel compinche de aquellos días de nada. Las copas de los árboles se penduleaban al ritmo del leve viento que otorgaba a la noche una atmósfera, digamos, acogedora. Me detuve a observar. Cualquier cosa que pudiera ser observada era digna de mi atención. Techos, ventanas, veredas, autos, perros, mis zapatillas azules. Continué el recorrido y poco a poco y/o paso a paso me fui perdiendo. Al principio sólo me perdí en mis recurrentes pensamientos. A posteriori y sin intención me perdí entre las calles. Miré detalladamente y girando sobre mi eje, pero no logré ubicarme. Me resigné y asumí mi propio extravío. Como no tenía trabajo o necesidad de madrugar no me importó desconocer mi paradero. Las ganas de pasear estaban intactas así que reanudé mi caminata. Llegué a una esquina y doblé a la derecha. Encontré una plaza, la atravesé y caminé hasta un descampado. Luego volví sobre mis pasos y doble a la izquierda. Luego derecha y ahí la vi. Como por arte de magia, mi casa. La contemplé unos minutos antes de decidir entrar. La persiana de la ventana del living comedor estaba arriba y pude ver. Ahora sí me sentía realmente extraviado. En la mesa principal un hombre de zapatillas azules tomaba café.


19-3-2010 Bahía Blanca, Argentina