Ernesto (y lo que hacemos)

Ernesto ya estaba en el café desde antes (por las dudas, mucho antes). Había elegido la mesa que está contra el rincón, abajo del poster de Lou Reed. Cuando el mozo lo atendió Ernesto se quedó callado por un instante. Pensó. Finalmente pidió un vaso de agua. “Perfect day” cantaba el de la canción casualmente y la mesa estaba más rallada que de costumbre. Un azul oscuro casi negro le copaba la mirada y al mismo tiempo se interrogaba ¿Por qué razón existen las discusiones? Uno tiene un pensamiento que el otro no comparte (pero quizás lo hará). Política, fútbol, religión, playa o montaña, asado al carbón o a leña, rubias o morochas, vaso medio lleno o medio vacío, maní pelado o con cáscara, discusión o intercambio brutal de opiniones. La última primavera había sido regia. No había tenido mucho trabajo y pudo interactuar con los brazos de la estrella-sol (no había sido así los años anteriores por cuestiones fisiológicas de costumbre) Ramas, por las ramas se iba hasta que llegó ella y le dijo –Hola. Disculpá la demora, el sistema de transporte en esta ciudad no es como en un país de primera así que puse segunda y me vine a pie-caminando. – No te hagas drama, si total recién acabo de llegar yo también. ¿Sabías que el maní me gusta pelado? -¿Qué decís Ernesto? ¿Hoy también estás pánfilo? –Disculpame Lu, no me hagas caso.

Bla, bla, bla mozo más agua y cerveza bien fría y algo para ir picando y otra cerveza ¿fuego? dos cafés la cuenta y graciasportodohastaluegochau.

En la retirada pedestre descubrieron que la ciudad estaba un poco fría y un poco calurosa (dependiendo de las cuadras). Luisina se mostraba casi interesada, casi enamorada, muy consternada. Ernesto era casi Luisina (la amaba y le daba pavor morirse solo). También estaban las vidrieras. Los maniquíes siempre están bien empilchados (pensó él). Si no fuera por sus caras vacías serían estereotipos de gente macanuda para conocer. Luisina llegó hasta la esquina que separa y ahí nomás se-paró. Ernesto pensaba si su aspecto correspondía al de un tipo macanudo. Cuadra y media más tarde (y sin coches tocando bocina) se dió cuenta de que estaba muy lejos de ser un tipo macanudo y que encima estaba caminando solo.


“Al fin de cuentas somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” Eduardo Galeano.


Ernesto no pegó, un ojo en toda la noche.


23-10-2010 Bahía Blanca