“There is another room
but you don´t know where it is”
Crónicamente
hablador e improvisadamente armado. Chapo
no cree en duendes, menos en Dios. Chapo no vive. Sólo trabaja. Dice que
trabaja para vivir. Un día se quiso levantar a las cinco de la madrugada para
hacer el turno matutino de su hotel pero se dio cuenta de que todavía no se había
acostado del día anterior. Otro día casi falta a trabajar porque se casaba. Al
final no faltó pero tampoco se casó. Chapo se desespera por el helado de menta
y por los fuegos artificiales en Navidad. Chapo no conoce, desconoce. Cuando un
circo se instala en la ciudad, los payasos caminan por las calles y cuando las
magias y los trapecistas merodean los boliches, Chapo se angustia y llora.
Según las creencias ancestrales de su mundo de papel glacé, cuando un hombre o
su alma permanecen más de dos horas y veintidós minutos olvidando lo que han
hecho las últimas dos horas y veintidós minutos de su vida, al otro día
inevitablemente nieva. Por esa misma razón Chapo fue desterrado de Costa Blanca
(“Es que espantás al turista” le
dijeron). Y cuando los domingos por la tarde, en la televisión sin cable, pasan
una película traducida de los ´80, Chapo compra facturas y sonríe hasta el
martes.
Yo lo
conocí a Chapo cuando me alojé de manera permanente en el hotel en el que él
sigue trabajando. Siempre lo recuerdo porque nunca vi a alguien trabajar tantas
horas seguidas. Tampoco conocí a una persona tan básicamente inexplicable.
Chapo suele llamarme por teléfono pero yo lo ignoro. Muy de vez en cuando
converso con él pero por intermedio de otros viajantes que pasan por su hotel. Sólo
pregunto lo mínimo como para reafirmar que la próxima vez ya no voy a preguntar nunca más. Chapo es un personaje de aquellos pero está lejos de ser mi amigo. A veces
se me aparece en sueños. También a veces me sorprende en el espejo.
17 de Abril del 2011. Junín, Buenos Aires.