Sus zapatillas botitas rojas y Anna

“Enhorabuena” pensó mientras le pegaba al suelo escarchado con sus nuevas zapatillas botitas rojas. No era consciente de la real fundamentación de sus desconcertantes impulsos emocionales. Desconocía el porqué de su exacerbada satisfacción personal. Al parecer ya hacía un tiempo que, como moscas, le venían merodeando ideas, teorías, sentimientos, deshollinaciones. Las sentía como remolinos, desorganizadas, caóticas, inmodificables. Pero así como sedimenta la borra en tu taza, uno a uno los teoremas fueron apelmazándose en su cabeza. Formar toma hasta tomar forma. Entonces se sorprendía de su repentino regocijo (que se le marcaba como hoyuelos en sus cachetes de la cara)

Como ya encontraba firmeza en sus creencias movió sus nuevas zapatillas botitas rojas hasta la casa de ella que no usaba zapatillas pero si unos zapatos de plataformas grotescas que si no fuera por la moda serían muy graciosos.  Mientras la chica en cuestión (a la cual podríamos llamar Anna, sin ningún problema) revolvía el bajo mesada buscando la pava de pavear, él se acomodaba el cuello de la camisa a cuadros bien cuadrados y fue ahí que voleó los ojos y sentenció  “Vos vas a ser mi media manzana en el momento que así los dos queramos” y Anna sin inmutarse asintió. “No creo en el egoísmo como cosa rara, supongo que es lo único que existe, por lo que nos movemos, la búsqueda de nuestro mejor confort (siempre fue así)”. Ella asintió nuevamente sin perder el foco en la hornalla. “Es un hecho que cuando uno se siente solo rasca bien profundo encontrando recuerdos que lo hagan sentir aun peor, por ejemplo cuando  te desvelás en la noche o bien cuando extrañás un amor en sepia”. Ella se rió y le dijo que más vale la extrañe a ella. “En navidad y año nuevo sufro de desencontradas sensaciones encontradas”. Anna exclamó yo también y prendió el fuego.

Momentos, momentos.

En primera instancia el agua se había hervido, luego el té se había infusionado. La tasa de él estaba vacía y apartada (típico de su ansiedad), la de ella a medio vaciar (siempre terminaba el té frío). El hombre joven (o bien joven hombre) de calzado rojo liberó y exhaló teorías toda la tarde-noche-madrugada. Anna nunca se sorprendió ni perdió el equilibrio, excepto cuando faltaban quince para las seis y él le preguntó ¿Realmente crees que existo?




30 de abril de 2011, Junín, Buenos Aires