Esa rara vieja sensación

Los dadores estaban enfilados como sabiendo que el final era irrepetible. La enfermera de turno comía una manzana color verde y repetía una y otra vez que el azar reinaba al tiempo y al espacio. El hospital atesoraba secretamente los pensamientos de sus inquilinos de paso y en el ambiente se podía respirar el noaire. Algún que otro doctor dejaba caer su bata mientras balbuceaba una improvisada especie de rezo para poder volver a inhalar. Todo se volvía aséptico y geométricamente cuadrado. Impenetrable. Insípido. Yo por las dudas me quedé escondido detrás de cualquier armario ubicado dentro de cualquier consultorio. Vaya uno a saber



3-2-2010 Bahía Blanca, Argentina