La típica historia de atípico amor de un hombre con futuro perdido en Transilvania

No creía en los cuentos de amor hasta que me devolvieron mi cara de romántico. Siempre me consideré el clásico tipo de persona que va rumbo a la nada, a la vida sin goce. Hoy puedo decir con firmeza que pocas veces me equivoco.
Son las 2 AM en Brasov, Rumania. Voy camino a mi hostel. La nieve no me permite ver mis pies y ahora son dos las partes de mi cuerpo que se volvieron invisibles: los mencionados pies y mis ojos (difícil ver con los ojos invisibles ¿no?) Me paso lo días enteros planificando mi vida para los próximos 20 años (no más) Lo divertido (si así se puede presentar) es que organizo empezando por el último de los 20 años y luego me voy acercando (y sólo acercando) al presente. En realidad y para ser sincero siempre llego hasta el año 10 aproximadamente. Por lo tanto vivo de la fantasía. Soy un campeón de Formula 1 que no sabe andar en bicicleta. Soy un magnate millonario de mil negocios que aun no tiene un billete en el bolsillo. Si me preguntan, llevo una vida de éxitos aunque no tengo vida.
Para no dispersarme me gustaría retomar el asunto que mencioné con anterioridad acerca de que no creía en cuentos de amor y ahora si. Lo que pasa (o lo que pasó) es que realmente me daba por las pelotas ver las novelas de la tarde o las películas en que todo parece imposible y al final (y siempre) el más lindo se queda con la más linda (a veces hasta tienen hijos) Para mi siempre fueron pelotudeces para las señoras mayores que no salen de la casa y para las adolescente vírgenes con fame dell' uomo. En fin, la cuestión es que hace unos días me sucedió algo que, como bien dije, me devolvió mi cara de romántico.
Me encontraba a la vera de un tren de mala muerte con dirección Estambul-Bucarest. El viaje duraría algo así como 20 horas así que hice el esfuerzo y me pagué un camarote para poder dormir cómodo durante aquella travesía. Dicho camarote presentaba tres camas dispuestas una encima de la otra. El primero en entrar fui yo. Me acomodé en la cama inferior y me digné a esperar y tener la suerte de viajar solo (lo cual es preferible por que nunca se sabe con que loco te puede tocar) Faltando diez minutos para la salida y en contra de mi voluntad, entraron dos personas. Un hombre y una mujer (una pareja). Nos saludamos cordialmente y cada uno se preparó como mejor pudo para enfrentar el largo trayecto. Supongo que habrían pasado treinta minutos de viaje cuando el traqueteo de la maquina sobre la vía me durmió.
Abrí los ojos como queriendo volverlos a cerrar. Fue imposible volver a conciliar el sueño. Ya estaba despierto. La ventana se perdía en la noche. Me sumergí como de costumbre en mis ideas "anti-corto plazo" cuando lo oí. El sonido vaivén de la litera superior a la mía. "Crii-Crii, Crii-Crii...” Una y otra vez durante largos minutos. En primera instancia probé hacer como si nada sucediera. Luego me pareció divertido seguir el ritmo del sonido. Posteriormente me pareció música. Al final ya tenia ganas de bailar. Sigilosamente salí de mi cama y "como quien no quiere la cosa" me paré. Dudé un segundo y luego coloqué una de mis manos sobre la nalga de la mujer. Ella me miró pero no dijo nada. Como queriendo entrar en confianza acomodé mi otra mano sobre uno de sus senos. Ella cerró los ojos y con su mano izquierda comenzó a acariciarme. la respuesta de él no se hizo esperar. De un modo muy amable y varonil me invitó a danzar con su mujer. Gracias a Dios su orientación sexual estaba definida hacia un sólo bando así que no hubo ningún inconveniente en "partir y compartir" y viceversa. Me sentía en mi plenitud, rebalsando de dadivosidad y de dulzura. Una historia de amor digna de un film taquillero. Mi propia historia de amor (y que nadie se atreva a cuestionar que es el amor para mi) Así, las horas y las manos pasaron y pasaron. Cuando la mañana nos devolvía la ventana estaba ya tan exhausto que me quedé profundamente dormido (no tuve opción)
Me desperté temblando del frío. La habitación de aquel albergue en Brasov no se parecía en nada la típica cabaña cálida de montaña nevada que se puede apreciar en las publicidades de chocolates o licores. El recuerdo de lo recién vivido me hizo reflexionar acerca de cuan exitosa puede llegar a ser mi vida dentro de 10 o 15 años aunque aun sigo perdido entre las montañas de la Transilvania rumana sin bicicleta ni un euro en el bolsillo.

30-10-2009 Bucarest, Rumania