Periplo de un silencio

El aún conservaba cierta inocencia. Ella ya no tenía nombre (al menos para él) Se habían conocido bajo circunstancias laborales. Eso es lo que ella creía. El ya la había soñado mucho antes.
Madrid los obligaba a contrarrestar el intenso calor con esporádicos encuentros en una piscina local donde el incursionaba en el mundo del salvataje y ella en el mundo de él. La relación presentaba ciertos huecos y carecía de determinados condimentos. Pero eso sí, las miradas no faltaban en absoluto. Cada vez que se despedían en él se hacía evidente cierto deje de día gris en sus ojos. Quizás por la nostalgia de otros tiempos mejores o tal vez por la simple impotencia de quien tiene mucho para dar pero no sabe cómo. Así pues, pasaban los días. Sus encuentros ya se habían hecho más regulares y en cada "Hasta luego" las nubes se juntaban en la expresión del joven. El batido de sensaciones se clavaba cual dardo en su estomago. De repente, como si fuera una novela, se imaginaba tomando el control de la situación y expresando todos sus sentimientos. Lógicamente en ese mundo televisivo ella caía rendida y le juraba amor eterno. Pero rápidamente el miedo al fracaso se paseaba por su mente como un fantasma y le recordaba una y otra vez porque el amor duele. El sube y baja de la situación lo tenía atrapado en una pecera con cemento. Estático, pesado.
Entre el calor del sol y el ardor de la desazón el verano se le hacía cada vez menos soportable. Durante su tiempo ocioso no podía dejar de preguntarse por qué ella no sentía lo mismo. Durante su tiempo no ocioso esperaba ansioso por tener tiempo libre y volverse a preguntar " ¿Por qué?". Cuando menos lo esperaba ella aparecía y de un segundo a otro sus piernas se volvían tan rígidas como cintas a merced del viento. Debilitado por las ansias y sus propios temores tomo una decisión. "Me voy a olvidar de ella" se juro. Metamorfoseó a témpano de hielo y se obligó a limitar sus demostraciones de afecto. Ya no hacia tanto calor en la piscina. Ella pensaba que era por el viento norte. Él trataba de no pensar.
El verano agonizó de la manera más silenciosa posible y ante la caída de las primeras hojas de la infinita arboleda madrileña, él decidió marcharse. Su viaje marcaría el fin de aquella relación que nunca fue, también sepultaría sus miedos de hombre. Una suerte de huida.
Su vuelo rumbo a algún país de Sudamérica partía a las dos de la tarde y ya tenía todo preparado. De todos modos la sensación de que algo se le estaba olvidando era inevitable (¿A quién quería mentirle?) Baraja lo encontró famélico de espíritu y con las pupilas más grises que nunca. En media hora emprendería la retirada. era como alejar la mano del fuego aunque siendo consciente de que el fuego seguiría allí, ardiendo en el mismo lugar.
Se disponía a realizar el control de abordo cuando oyó su voz. Nítida y transparente. Quirúrgica. Era inconfundible. La mujer sin nombre. Tras una serie de acrobáticos movimientos quedaron cara a cara. Se miraron fijamente y el lugar enmudeció. Dubitativo se atrevió a preguntar: "¿Qué hacés acá?" Ella se limitó a responder un "Vine a despedirte" Cuasi tsunami lo invadió una fuerza nunca antes experimentada. Tomó coraje y decidió jugar su última carta. Se disponía a vomitar el tormento vivido durante sus últimos meses cuando ella lo sorprendió con un "¿Por qué?" Sacudido él respondió "¿Por qué, qué?" “¿Por qué nunca me miraste con otros ojos?" Ella sentenció.
La fiebre de aquella situación le imposibilitó el habla mientras la resurrección de los altavoces lo arrastraban dentro del avión. Como si fuera su última bocanada de aire ella le gritó sordamente "No te vayas" pero él se dejó arrastrar hasta el final. Se miraron por última vez. Los ojos de ella eran un mar. Los de él ya estaban completamente negros.

8-8-2009 Madrid